sábado, 27 de septiembre de 2008

Blancas madrugadas

Con las horas, cansada, trato de soportar los últimos minutos de la clase de Geografía. Durante las reiteradas explicaciones del recalentamiento global, me distrajo la imagen somñolienta de su cuerpo apoyado en el pupitre, de a ratos su cabeceo constante parecía apoderarse de ella definitivamente. Recorrí con la mirada cada detalle de su atuendo, me llamó mucho la atención que por debajo de su pantalón gris se entreveía otro más claro.

Escuché a lo lejos un sonido alborotado que hizo sobresaltarla, era el timbre, anunciando por fin que había terminado la semana. Ella juntó sus cosas, se abrigó y dio un saludo desganado, recogí las mías y también me fui. Caminé hasta la parada del colectivo y ahí estaba nuevamente, sentada, pero esta vez, en el cordón de la vereda. Tenía un aspecto cansado, ojeras y un flequillo rebelde que no dejaba ver bien sus ojos.

Comenzamos a hablar y tratando de ser lo más discreta posible, una vez más asomó mi curiosidad por saber la razón de su cansancio y mi pregunta surgió de repente. Las luces del colectivo interrumpieron la respuesta. Nos sentamos en los dos últimos asientos y me contó más de lo que pretendía.

Su reloj tiene la costumbre de sonar a las 04:00 am. Con mucha pereza da algunos bostezos y despierta tras un sueño que poco dura. Después de haber caminado unas cuadras prepara su chaira, cuchillo y cuereador a la espera de algunas cajas negras, y con sus pies ya empapados de agua salada, comienza a tener contacto con la gris piel áspera del mar.

Así transcurre su día, entre escamas, frío y horas que se tornan interminables. Sus palabras fueron dándole respuestas a mis preguntas. Todas las noches se viste de ropa clara como la nieve, tal cual lo dispone su trabajo, para robarle unos minutos a sus blancas madrugadas.

La próxima parada era la de ella, esto iniciaba el término de su día o quizás el comienzo.

Belén Acosta

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