sábado, 7 de febrero de 2009

Sombra

Los extensos y ardientes brazos de Ra son la excusa que aglutina a toda la payasada humana. En reguladas y pragmáticas jornadas, estos entes cumplen a rajatabla con su legado de trascendencia finita, degradando así, cualquier expresión alterna al mercado.

La insana convención que produce mandyet es meramente accidental, lo sé. Pero ser testigo (o lo que es peor: ser partícipe) del griterío inacabable, de la violencia sistemática y del gris humo en los pulmones, significa para mí la muerte.

Matar el tiempo no es rebelión, eso también lo sé, pero existir por el solo hecho de existir y deambular la carne bajo un número asignado -el que figura en un papel guardado en el bolsillo trasero de mi pantalón jean, comprado con crédito de mis horas muertas, de mis horas alquiladas a otros burdos pedazos de carne con más crédito que yo- tampoco. Eso no es vivir.

Cuando el haz de luz deja de tocar mi suelo, cuando el calor abandona las hendijas de mi ventana y quedo desnudo ante el manto nocturno… la daga, que pendía de un hilo, cae sobre mi rompecabezas.

En ese momento, en ese preciso instante, la angustia corroe mi cansancio y me vuelvo impaciencia ante el afónico teléfono que habita a la izquierda de mi cama desecha. La “inesquivable” soledad descubre a mi yo más verdadero.

Es que la noche no me deja apreciar la trágica hermosura que me gusta burlar, y la lúcida agonía se prolonga en su alma oscura hasta que el halcón regrese a mi ventana.

Ansioso, aguardo el momento en que la decrépita luna exilie su pesar y me traiga el día… para poderlo evitar. Soy hijo de la sombra, no de la oscuridad.

Lucas D' Urso.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es una dicha volver volver a contar con las letras de un colega valioso. Bienvenido de vuelta a casa :D

Taty