
La insana convención que produce mandyet es meramente accidental, lo sé. Pero ser testigo (o lo que es peor: ser partícipe) del griterío inacabable, de la violencia sistemática y del gris humo en los pulmones, significa para mí la muerte.
Matar el tiempo no es rebelión, eso también lo sé, pero existir por el solo hecho de existir y deambular la carne bajo un número asignado -el que figura en un papel guardado en el bolsillo trasero de mi pantalón jean, comprado con crédito de mis horas muertas, de mis horas alquiladas a otros burdos pedazos de carne con más crédito que yo- tampoco. Eso no es vivir.
Cuando el haz de luz deja de tocar mi suelo, cuando el calor abandona las hendijas de mi ventana y quedo desnudo ante el manto nocturno… la daga, que pendía de un hilo, cae sobre mi rompecabezas.
En ese momento, en ese preciso instante, la angustia corroe mi cansancio y me vuelvo impaciencia ante el afónico teléfono que habita a la izquierda de mi cama desecha. La “inesquivable” soledad descubre a mi yo más verdadero.
Es que la noche no me deja apreciar la trágica hermosura que me gusta burlar, y la lúcida agonía se prolonga en su alma oscura hasta que el halcón regrese a mi ventana.
Ansioso, aguardo el momento en que la decrépita luna exilie su pesar y me traiga el día… para poderlo evitar. Soy hijo de la sombra, no de la oscuridad.
Lucas D' Urso.
1 comentario:
Es una dicha volver volver a contar con las letras de un colega valioso. Bienvenido de vuelta a casa :D
Taty
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